21 agosto, 2014

Una pausa para publicidad

Alguno está pendiente de saber cómo sigue el combate de las Crónicas de Kisara, contra el ente terrible mitad de lava y mitad de aire. Sin embargo, esta vez toca una narración cortita de una partida que jugamos ayer, de paso que estábamos de vacaciones con unos amigos. La historia está inconclusa, ya que por diferentes cosas que no vienen a cuento al final jugamos menos horas de las previstas. Pero no se descarta su continuación en un futuro...

Y así, sin más dilación, empieza (y termina) la partida de ayer.

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Tiverditus siempre fue un tipo esbelto. Incluso siendo semiorco podría considerársele atractivo. Y fuerte. Muy fuerte. Hacía un par de años que había ayudado a rescatar a la princesa de un reino cercano, capturada por unos orcos malvados y, como pago, el rey le había regalado una armadura tremenda, además de darle las gracias, ofrecerle un título de caballero y celebrar un banquete en su honor. Pero lo que le gustaba a Tiverditus, además de sí mismo, era su nueva armadura. Completa y con pinchos. Pesaba 300 kilos, pero a Tiverditus no parecía importarle lo más mínimo, porque la armadura casaba bien con él y con su arma (que también era excepcionalmente grande) y además le concedía poderes extraordinarios, que era lo único que le faltaba para estar, oficialmente, OP. Sin embargo, la princesa le cogió especial cariño, y esa misma noche se había escabullido de sus aposentos para desearle a Tiverditus unas buenas, placenteras, salvajes, calurosas, sudorosas y orgásmicas noches. Cosas de la carisma. Al rey no le había hecho mucha gracia descubrirlo, y expulsó del reino a Tiver inmediatamente, que se marchó muy relajado y con su armadura puesta. 

Después de visitar varios reinos diferentes, un día en el camino miró hacia atrás y vió un gnomo, casi sepultado entre toda la cacharrada que cargaba en su petate. No sabía hacía cuanto tiempo le seguía, pero tenía en sus ojos la mirada que tienen los bardos cuando no saben algo y quieren saber. A Preludio, el gnomo, le había llamado la atención el arma de Tiverditus y, por supuesto, quería saber más sobre su forjado. Era un gnomo alto, como de un metro treinta, y muy majo. Tenía frondoso bigote y el pelo afro, azulado. Había pertenecido a una tuna, pero ésta había desaparecido en extrañas circunstancias que Preludio (Ludio para los amigos) se mostraba reacio a contar. Por lo demás, tras contarle Tiverditus lo que pudo sobre su arma, hicieron buenas migas, y decidieron viajar juntos compartiendo el botín de las aventuras que corrieran.

Tras un par de semanas de viaje y misiones llegaron a una taberna. En ella pidieron una cerveza y algo de picar, y el bardo se puso oído avizor por si oía algo sobre recompensas por trabajos para aventureros. Lo que no sabían era que, en una esquina, pasando desapercibida, había una humana mulata, de pelo negro y estatura media tirando a baja, que ya había pensado en ellos para ayudarla con un asunto personal. Un asunto escabroso que requería de alguien bastante fuerte, y Tiver parecía dar el perfil perfectamente. La aventurera se presentó a ambos como Ris y ofreció una recompensa por ayudarla en un pequeño asunto, de naturaleza discreta, en las afueras de la misma ciudad. La noche siguiente asaltaron una vivienda lujosa, de varios pisos, todo lo sigilosos que pudieron ser mientras Tiver, con su gran armadura completa, tiraba abajo el muro alambrado, espinado y con marañas. Ris aprovechó la confusión para colarse en la casa y, mientras el semiorco y en gnomo se encargaban de media docena de guardias asustados, ella llegó hasta el dueño de la casa sin que nadie más del servicio se diera cuenta y le degolló con un rápido movimiento, mientras le susurraba algo al oído. No se sabe si realmente el hombre llegó a escuchar lo que la pícara le decía, o la cara de asombro y susto era únicamente por saber que estaba muriendo en ese momento, pero la verdad es que fue épico.

Ris había pensado en todo, y ya tenía trazada una ruta de huida mientras algún vecino empezaba a encender la luz. Regresaron a la taberna sin levantar sospechas, y al día siguiente la pequeña ciudad se despertó con la noticia de que unos ladrones habían asaltado la casa de uno de los antiguos jefes de la guardia. Los tres aventureros se hicieron colegas y Ris, además de darles la recompensa en dinero que había ofrecido, le consiguió información al bardo sobre un antiguo manuscrito que se creía perdido hacía ya un tiempo. A Ludio se le iluminó la cara y Tiver supo que tocaba aventurarse en el bosque por un trozo de papel.

Pero cuando llegaron al bosque, tocó desilusionarse. El manuscrito no estaba donde le habían indicado a Ris. Estaban a punto de irse por donde habían venido pero tuvieron una visita inesperada. Un elfo les había estado observando durante un rato sin que se diesen cuenta desde los árboles. Se aproximó a ellos, se presentó como Abadger y les pidió ayuda para rescatar a su amigo, el guardián druida de este bosque, que había sido capturado hacía unos días, y él no había conseguido liberarle. Accedieron a cambio de información sobre el manuscrito de marras que quería el gnomo.

Viajaron en grifos, amigos de Abadger, durante un par de horas, y llegaron a un castillo flotante, suspendido en nubes. Entraron rápidamente por una ventana (nada de abrirla elegantemente; rota con un codazo semiorco), giraron a la derecha y llegaron a una habitación grande donde estaba capturado con unos grilletes el druida, que estaba francamente hecho polvo. Tiver rompió los grilletes a fuerza bruta mientras Ris vigilaba la puerta y pasaron dos cosas: la zona cercana a la celda del druida quedó sin magia, y en el pasillo sonó una alarma. En unos instantes llegaron cuatro gigantes por el pasillo, bloqueando la única salida. No quedaba más que pelear.

Tiver se sentía muy pesado. Al estar en una zona sin posibilidad de magia su armadura OP había quedado sin propiedades especiales, con lo que ahora parecía que pesaba muchísimo más. aún así, se las arregló para salir de la zona, caminando despacio hacia los gigantes. Mientras, el elfo saludó a uno con una ráfaga de flechas y detrás de la puerta, donde se suponía que estaba Ris, sonó un golpe sordo. El típico golpe sordo que se escucha cuando una humana intenta cerrar una puerta gigante pero resbala con su propia capa y se cae, maldiciendo en silencio el sentido del humor de Tymora. El semiorco finalmente salió de la zona de magia, como estaban haciendo el resto de sus compañeros, y se abalanzó hacia los cuatro gigantes, mandoble en mano. Abadger seguía agujereando a los enemigos y Preludio, que no quería ser menos, empezó a cantar mientras tiraba una flecha hacia un enorme y feroz gigante, que impactó en Tiver. El guerrero pareció no darse cuenta de que su amigo le había disparado, concentrado como estaba en hacer filetes y chuletas de gigante. Ris le rodeó y la emprendió a puñetazos con otro. Y así fueron cayendo, uno tras otro, hasta que el último decidió que necesitaban ayuda y salió corriendo por el pasillo. Corría demasiado y se les escapaba a pasos agigantados (tu-tu-pumm tssssss) pero de repente, de entre las piedras, crecieron un montón de enredaderas que enmarañaron los pies del gigante, impidiéndole avanzar. El druida había conseguido curarse un poco y había lanzado el último conjuro que le quedaba para conseguirles un poco más de tiempo. 

-Tenemos más o menos dos minutos hasta que más guardias vengan a ver qué pasa con la alarma - dijo Ris. - ¿Qué pasa con el resto?

En la habitación había, en la misma situación que el druida, un drow, un tiflin y un enano. Estaban los tres inconscientes y en malas condiciones.

-No son nuestro problema, vámonos. Nos recogen en seguida Remil y Galiard para llevarnos volando de nuevo a tierra firme - Abadger empezó a avanzar hacia el pasillo, para salir por la ventana por la que habían entrado, ayudando al druida, que se había presentado como Azacel.
-¿Y los dejais aquí? - dijo Ludio, acercándose a Ris. - ¿Llevan algo encima?
-No, nada - comentó la humana, después de parchear al enano. 
-Venga, yo llevo a uno, que alguien coja a otro - bramó Tiver.
-Maldita sea, ¿por qué me tengo que encargar yo del tiflin? - refunfuñó Ris, mientras le quitaba los grilletes - No son de fiar...
Cargó con el preso inconsciente y salió corriendo, adelantando al semiorco con el enano en brazos. Alcanzó al explorador justo cuando se tiraba al vacío sin mirar. ¿Podrían los grifos con el peso adicional? Porque una cosa era salvar a la gente de una experiencia horrible como lo que parecía que les hacían ahí dentro, y otra morir todos por salvar a un tiflin. Ris decidió que no iba a arriesgarse y que quitarle los grilletes era suficiente. Le apoyó en la pared, al lado de la ventana, le dió un par de golpecitos en la cara para que despertara y se tiró al vacío, detrás del druida y el gnomo, que iba muy preocupado por sus pertrechos, ajustándolos de nuevo mientras corría y caía. Tiver, al llegar a la ventana, cogió al tiflin y tiró a ambos prisioneros al vacío, antes de tirarse él.

Remil y Galiard los recogieron en pleno vuelo a todos, incluidos los prisioneros. Mientras volaban en dirección a un lugar seguro, uno de ellos le preguntó a Abadger, sorprendido, por qué habían liberado a más gente, a lo que respondió que no había sido cosa suya. "Yo no me junto con seres demoníacos", había contestado el explorador, después de sumirse en su silencio que parecía ser habitual. Tiverditus, que no había entendido nada porque no sabía elfo, dio las gracias en humano a los grifos (que debían de ser druidas transformados) por recogerlos de nuevo, aunque aseguró que a él no le hubiera hecho falta. "Mi armadura está hecha del material del que están hechos los sueños y las cajas negras de los aviones".

Llegaron a un poblado donde les recibieron con júbilo por haber rescatado al druida Azacel. Se decretó una noche de fiesta y todos se unieron a las celebraciones, aunque algunos más que otros. Ludio se puso a tocar con los músicos locales e improvisó una canción, narrando las aventuras del semiorco Tiver y su grupo rescatando al druida, y dejó al público maravillado y encantado. El semiorco, por su parte, no entendía el elfo, pero se las arregló para hacerse entender con una elfa y una ninfa que le pidieron bailar y después un poco de intimidad tras unos árboles. Abadger, tras comer un poco y darle calabazas a una ninfa que se le había acercado insinuante, se fue a descansar, al igual que el druida. Ris, sin embargo, no quedaba tranquila y, en cuanto empezó la fiesta, se retiró discretamente y buscó el lugar donde tenían al tiflin y al enano. Estaban inconscientes en una choza que decía ser el hospital, pero no había nadie con ellos cuidándolos. La pícara se arrebujó en su capa, se sentó con la espalda apoyada en la pared, y esperó.

Unas tras horas más tarde, el tiflin despertó. Miró a su alrededor y vió a Ris.

-¿Me entiendes? - dijo en humano. Ris asintió. - ¿Donde estamos?
-En un lugar seguro, no muy lejos de donde os tenían prisioneros.
-Vaya. Pues me la habéis liado - Sonrió. -. Estaba allí por propia voluntad.
-¿Cómo?
-Sí. Verás. Estaba investigando quien se había llevado a mis lacayos.
-Tus... ¿qué? - Ris no se creía nada de lo que oía.
-Mis lacayos. Los gigantes que seguro que visteis. Alguien se los ha llevado y ahora los controla, gracias a unas gemas incrustadas en sus cuellos - Ris hizo memoria y sí recordaba haber visto esas gemas mientras luchaban, pero no dijo nada. -. Quería saber qué estaba haciendo con ellos. Dejando que pensara que estaba muy débil para poder defenderme y después...
-Recuperar a tus... ¿lacayos?
-¡No! Los gigantes están perdido. Además, tengo muchos más. En fin... sé que me has salvado tú, pero tengo que pedirte otro pequeño favor.
-¿Qué más quieres?
-Un poco de tu sangre.
-¿Para qué quieres mi sangre?
-Así me recuperaré y podré marcharme.

Ris dudó. Ahora no estaba segura de si le estaba diciendo la verdad. Las gemas sí las había visto. Y lo del a sangre, realmente parecía algo que pediría un tiflin. Pero, ¿por qué fiarse de un tiflin? Eran criaturas raras, de pasado demoníaco. Aunque, bien lo sabía Ris, no por ser de una raza hostil tenías que serlo tú. Pensó en su compañero el semiorco, y en gente de su pasado.

Tymora la había llevado hasta allí. ¿Qué pasaría sí...?

Ris le tendió un brazo y se hizo un pequeño corte. La cara del tiflin cambió y de su pecho empezó a salir una criatura grimosa, un simbionte que se acercó al brazo de la humana, que ahora retrocedía un poco, asustada, y se lo mordió, empezando a drenarle sangre. Cuando a Ris empezó a nublársele la vista, el tiflin paró, volvió a su forma original, le dió las gracias y, sacando unas enormes alas, salió volando destrozando el techo del hospital, dejando al enano (que seguía durmiendo) y a la humana cubiertos de ramas rotas.

El estruendo despertó a Abadger, que fue hasta la choza. Ris le cóntó lo que había pasado antes de tumbarse a dormir encima de unos escombros. El elfo avisó al druida, y éste a la comunidad, que cesaron la fiesta y volvieron a su actividad habitual, con patrullas arbóreas. A Ludio le sorprendió que todo el mundo se fuera de repente, pero al enterarse de lo ocurrido fue a ver a su compañera de aventuras. Decidió que la ayudaría a restablecerse rápido, para lo que hacía falta que el techo estuviese terminado cuanto antes. Necesitaba cuatro días de descanso para poder recuperarse.

-Disculpen, ¿podrían apartarse un poco? ¡Yo puedo arreglar el techo en un periquete!
-Oh, ¿en serio? -parecía como que no creyeran al gnomo - Veamos cómo puedes arreglar un techo desde el suelo, bardo.

Ludio sacó una lira y comenzó a tocar. Pero no era una lira normal: era una lira mágica de construcción. Los materiales que los obreros habían llevado a la choza para arreglarla se movieron solos y se colocaron en su sitio, dejando la choza como nueva, con arreglos en la madera que contaban la historia de cómo habían salvado al druida esa tarde. Todo el pueblo quedó asombrado con el poder del gnomo. Él pasó toda la noche cuidando de Ris, que no se había despertado ni con el estruendo de la construcción.

A la mañana siguiente, Azacel tuvo una reunión de druidas con los jefes del poblado. En ella se decidió que el poblado se marcharía de la zona, ya que el tiflin, que había sido visto volando hacia el castillo, había acabado por hacer que se precipitara al vacío, destrozándolo, no se sabía cómo. Consideraban a la criatura peligrosa y creían mejor para la población establecerse más lejos. También le pidieron a Azacel que convenciera a los aventureros que le habían salvado para que le ayudaran a recuperar "el artefacto". El druida accedió a intentarlo.

Un cuervo despertó a Tiver golpeándolo en la cabeza insistentemente, y graznando a su alrededor. Hacía poco más de media hora que finalmente había terminado de pasar el tiempo, sin cruzar una palabra, con la elfa y la ninfa, y había caído rendido al momento. Sin embargo, parecía que el cuervo no iba a dejarle dormir. Le tiró piedras, intentó sacurdirle y finalmente, cansado, le preguntó qué quería. El cuervo graznó una vez más y se internó en el poblado, dando círculos, hasta que el semiorco acabó por entender el mensaje: "sígueme".

Llegó a un claro del bosque, cercano al poblado, donde estaban el explorador, el gnomo y el cuervo, que se había posado al lado de un lagarto, que empezó a hablar con la voz de Azacel.

-Bienvenidossshhh, amigossshhh. Lo primero, gracccciassshhh por ressshhhcatarme ayer. Fui capturado mientras bussshhhcaba un arteffffacto muy importante para mi comunidad. Osssshh pido un favor mássshhhh. Ayudadme a recuperarlo.
-¿Pero no podías decir todo esto convertido en humano? ¡Se te entiende muy mal!
-¡No! Que se gassshhhhtan.

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07 agosto, 2014

La amenaza de Pueblo Tulipán

-¡¿Pero cómo no nos avisaste?! - Yu no salía de su asombro - ¡Podía ser importante! ¿Y si era el responsable de todo esto?
-Pero... estaba ya lejos y... no íbamos a alcanzarle, ni en carro y corriendo. ¡Ese caballo era muy rápido!
-Vaga - Aeldran mordisqueaba un poco de las raciones de viaje mientras recogía las pocas cosas que tenían desperdigadas y apagaba los rescoldos de la hoguera.

Kisara se había imaginado la escena al revés: ella los despertaba, les contaba todo alarmada y ellos la miraban con ojos de odio por haberlos despertado por algo así. Y seguirían durmiendo.

"Nota mental: lanzarse más, no pensar tanto las cosas". Se sentó con la espalda apoyada en un árbol, cerró los ojos y comenzó su rezo matutino. A veces alguno de ellos se le unía voluntariamente en sus plegarias a Tymora, pero ella sabía que tenían fe en La Dama, así que no insistía más de lo necesario.

Esa mañana preguntó a Tymora por el jinete de negro, y por todo lo que habían visto el día anterior, y le pidió protección para ella y sus compañeros. La diosa respondió a sus plegarias imbuyéndola de una energía de protección. Era la primera vez que la imbuía de este tipo de energía. "Tymora sabe lo que hay en la niebla", supo Kisara.

Se pusieron en camino pronto, y llegaron al borde del pueblo antes del mediodía. Bajaron del carro dejaron a los caballos atados a un árbol cercano. Al acercarse más a la masa de niebla vieron que, justo donde comenzaba, la hierba estaba marchita y los charcos del camino parecían ponzoñosos. Además, la niebla no era niebla: era más bien una nube de diminutas esporas que flotaban en el aire. Esporas venenosas. Kisara invocó el poder recién transferido de Tymora. 

-Esta magia nos protegerá un par de horas, pero no más. Debemos apresurarnos y estar fuera antes de que el efecto se acabe.

Aeldran encaminó la marcha, seguida de Yu y Kisara. Avanzaban lentamente, mirando a su alrededor los edificios carcomidos por el veneno, en medio de un silencio agobiante y espeso como la misma niebla. Había sido un pueblo próspero, con casas cuidadas y calles empedradas. Pero ahora nadie podía vivir ahí. Alguien había decidido acabar con el pueblo entero.

No habían pasado más de cinco minutos de exploración cuando Aeldran se detuvo de golpe en una encrucijada de caminos; había oído un leve siseo justo antes de que aparecieran 3 enormes criaturas parecidas a serpientes moradas enormes, como de tres metros de largo, que fueron hacia la guerrera a toda velocidad. Kisara temió por el grupo: eran las criaturas que había visto en su sueño. Pero Aeldran no se amilanó. Sin esperar a que vinieran, se lanzó con su espada por delante, atravesando a la primera con un tajo enorme que la hizo caer al suelo, retorciéndose. Yu corrió por la izquierda y saltó encima de otra serpiente, clavándole las dagas hasta la empuñadura. Cogió impulso, las arrancó y las volvió a clavar más arriba, intentando llegar a la cabeza mientras esquivaba coletazos y sacudidas de su siseante enemiga. Y una vez más, y otra... hasta que finalmente dejó de retorcerse y murió. Aeldran había terminado con las otras dos de forma similar, aunque había terminado con heridas sensiblemente mayores. Kisara invocó un poco de energía curativa para sanarla casi completamente. Debía guardar energía. Si las serpientes habían aparecido, pronto lo haría...

Al girar la esquina, llegaron a una plaza grande. Debía de ser la plaza principal. A la izquierda tenían un edificio de dos plantas. A la derecha lo que parecía ser el almacén principal del pueblo, donde guardaban la cosecha de nuez moscada. Justo enfrente podían distinguir una taberna, a la que le faltaban algunos cristales de las ventanas pero estaba bastante entera. Y delante de la taberna, casi como esperándolos, una criatura enorme, sin forma definida, mitad lava y mitad viento.

-Oh, Tymora, protégenos...
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