06 noviembre, 2012

Fuego y suerte

La habitación donde había dormido Tenira estaba igual que siempre: una alfombra de pelo largo que cubría toda la estancia, una cama enorme y muebles antiguos, que olían a madera noble. En una gran mesa había ya dispuestos platos con comida y jarras de aguamiel y vino. Después de avisar al tabernero de que habían llegado (y pagar el alquiler de esa habitación y otras dos, para San y Halaster), cenaron con avidez y descansaron toda la noche.

A la mañana siguiente fueron al mercado, para vender cosas que habían encontrado en la fortaleza, e identificar objetos. Allí, el mago propietario del puesto de objetos mágicos se quedó muy sorprendido al saber dónde habían estado:

-Se dice que quien va a esa fortaleza no puede regresar nunca. Se dice que, si logra salir vivo, nunca es a su tiempo: van al pasado, o al futuro, y nadie puede traerlos de vuelta. Veo... que las historias son ciertas.

Tenira buscó un templo; afortunadamente había uno de Tymora, mientras sus compañeros iban a dar una vuelta por el pueblo. El sacerdote al mando era Uroth, que vió en las ropas nobles de la clériga su alta posición dentro de la Iglesia, y ella le contó con pelos y señales lo que había visto en la fortificación del bosque. Lamentablemente, él no tenía más conocimiento del lugar que las habladurías del pueblo, pero le ofreció el templo como estancia mientras estuviera allí.

La clériga esperó a que el templo estuviera tranquilo y rezó, preguntando a la Dama de la Fortuna por su suerte y la de sus compañeros. Sin duda, tenían que volver a la fortaleza; allí había algún artefacto mágico poderoso que estaba haciendo alterando la constante temporal. Tymora también la advirtió sobre provocar cambios en el futuro con las acciones que pudieran hacer en ese tiempo. Además, como ya sabía Tenira, había que sacralizar el lugar.

Al terminar, dio las gracias a Uroth y fue en busca de sus dos compañeros, que estaban en la taberna tomando algo. Ellos le contaron lo que habían hecho durante la tarde: después de conocer mejor el pueblo, encontraron una herrería que se alquilaba por días. Halaster la había alquilado por una semana, y estaba trabajando en ella, mientras San reunía información sobre la fortaleza. Sin saber muy bien cómo, se había encontrado en un almacén de los muelles, con una pandilla de matones preguntándole si quería entrar a formar parte de su grupo. Preguntando, San supo que formaban parte de una pandilla de ladrones que el padre de Halaster usaría en algunos años, pero que después le traicionarían, intentando matarlo en más de una ocasión. San no quiso responder hasta hablar con su "compañero", así que le siguieron hasta la herrería donde estaba Halaster. Allí, el jefe de San fue muy claro: no quería tener nada que ver con ellos. Los integrantes de la banda no habían parecido muy contentos, así que Halaster esperaba tenerlos encima una de esas noches. De todas formas los tres decidieron esperar a que el mago terminara de identificar los objetos que habían encontrado para volver al a fortaleza e intentar modificar el artefacto para que les permitiera regresar a tu tiempo.

-¡Fuego! ¡FUEGO! ¡Se quema la herrería!
Los gritos empezaron a oírse primero bajito, pero según se iba enterando la taberna, y la gente corría hacia fuera, todo se convertía en un griterío. Tenira no lo dudó y salió corriendo a ayudar, seguida de San. Halaster terminó tranquilamente su whisky antes de emprender camino.

Un hombre estaba tirado en el suelo, con muchas quemaduras. Tenira utilizó su magia divina para que recuperase su salud, y al momento estaba rodeada de personas mendicantes:

-¡Yo soy ciego, señora! Cúreme!
-¡Mi hijo está enfermo!
-¡Me falta un brazo!
-¡Estoy fatal, fatal... muy débil!
-Tranquilos todos - Tenira se armó de paciencia. - Hoy haré lo posible, pero mañana, en el templo de Tymora, podré seguir ayudando a quien lo necesite. Por favor, calma.

San no se había quedado a mirar: había visto dos sombras que se movían, evadiendo las miradas desde los tejados. Les siguió un rato, hasta llegar a una taberna en el puerto. Después, volvió en busca de Halaster.

Éste estaba hablando con unos guardias. El duerño de la herrería le acusaba de incendio por descuido, y tendían un juicio en un par de días para evaluar los costes. Halaster intentó hacer ver a los guardias que había sido saboteado, pero no tuvo demasiada suerte. Al llegar San y ponerse al corriente de todo, salieron ambos hacia la taberna del puerto.

Al llegar, además de un montón de trampas rudimentarias, no había nadie. Habían salido por una puerta secreta que comunicaba con el río y el puerto. Decidieron, entonces, ir al mismo almacén donde habían llevado a San. Allí sí tuvieron suerte: casi todos los integrantes estaban allí, jactándose de sus fechorías. Un par de palabras cruzadas y dos flechas en el orondo cuerpo del cabecilla acabaron con la sonrisa de los matones, que empezaron a maldecir a Halaster y San. Éstos huyeron por los tejados y callejuelas hasta llegar a la posada donde se hopedaban.

No volvieron a saber nada de ellos en los días que estuvieron en el pueblo. Halaster fue a juicio y fue condenado a pagar 5000 piezas de oro para reconstruir la herrería. Tenira trabajó todos los días en el templo de Tymora, ayudando a la gente del pueblo y consiguiendo más adeptos, por lo que Uroth quedó más que satisfecho.

El último día, recogieron los objetos, compraron provisiones y volvieron a salir de viaje hacia la fortaleza, utilizando unas alfombras voladoras (el conjuro de teleportar no funcionaba, por alguna razón). Ahorraron muchísimo tiempo de viaje: en lugar de tardar 3 semanas como la última vez, tardaron únicamente 2 días. Y allí estaban, de nuevo, ante el puente de piedra que llevaba a la fortaleza que parecía estar suspendida en el aire en medio del valle.



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