08 noviembre, 2012

Pasos en la noche

Las alfombras mágicas ofrecían una visión única de todo el recinto: desde arriba. Bordearon lo que ellos creían que era la única fortificación, pero en seguida se dieron cuenta de que estaban equivocados: la estructura estaba formada por cuatro plataformas (tres de ellas con fortalezas), con torres, guardianes y todo tipo de defensas mágicas. Sólo tenían acceso a dos: la primera y la que quedaba a la derecha.

Decidieron entrar en la primera, pero por una torre. Unas escaleras exteriores terminaban en una plataforma, con puerta al interior. En la plataforma había un cofre, y en el interior (la puerta estaba abierta) se veían dos enormes guardianes de hierro. Tenira se metió en la estancia y expulsó con poderes divinos a los dos guardianes durante un tiempo, que San debía aprovechar para abrir el cofre y coger su contenido. Sin embargo, el cofre atacó a San, que se vió dentro del cofre en un abrir y cerrar de ojos. Puso todo su empeño en salir, usando las dos espadas para rajar el interior, y consiguió salir. Lo veía todo más grande. Halaster era gigante, y las trenzas rojas de Tenira parecían alzarse varios metros hasta llegar a la cabeza.

-Tenira, ¿tienes idea de lo que le ha pasado?
-Hum.. sin duda es un efecto del cofre maldito. Lamentablemente, no puedo revertir el efecto.
-Quieres decir que va a seguir siendo... pequeñín?
-No soy pequeñín...!
-Me llegas a la cintura, San...
-Lo siento, San. Buscaremos ayuda cuando salgamos de aquí. Algo se podrá hacer. Supongo...

Montaron en las alfombras y decidieron ir a la estructura de la derecha a la que también tenían acceso. La puerta principal estaba únicamente custodiada por un guardián de hierro, que esquivaron con las alfombras voladoras sin problemas, y entraron en la estancia. Era amplia, con una fila de columnas a cada lado, y vasijas enormes que contenían lo que parecía agua. De frente, al fondo de la sala, un portal dimensional en el que únicamente se veía una niebla espesa.

"Únicamente los que crucen la niebla acompañados por la fortuna tendrán éxito". Las palabras de Tymora llegaron a la memoria de Tenira. No lo dudó, cogió a sus dos compañeros de las manos y cruzaron el umbral.

Al otro lado, un vacío infinito y un personaje enmantado, con presencia tétrica, que no dudó en ponerse a conjurar.

Tenira, Halaster y San lucharon con valor, pero no sin dificultades: Tenira no podía soltar a sus compañeros, ya que sin su contacto no podían ver. San no se había acostumbrado a su nuevo tamaño y se vio arrastrado varias veces por empujones o golpes de viento. El conjurador convocó hordas de bebés zombis ensangrentados, que avanzaban retorciéndose hacia los tres aventureros, y trombas de meteoritos salían de sus dedos. Finalmente, acabaron con él y regresaron por el portal que habían cruzado. Al otro lado, la estancia seguía igual, pero el portal ya no tenía niebla; era únicamente un marco tallado con runas.

Cogieron un poco de agua de las vasijas mientras decidían su camino. Habían visto las protecciones mágicas de la fortificación del norte; suponían que el artefacto estaría allí y por eso estaba tan protegida, pero no podían entrar. San objetó: seguramente haya una forma de entrar, desde la fortaleza principal; los creadores de dungeons habitualmente se entretenían haciendo laberintos y poniendo pistas para alentar a los aventureros a seguir adelante.

Decidieron probar ese método, y adentrarse de nuevo en la fortaleza principal, decidiendo entrar por la base de la torre donde estaba el cofre maldito. Avanzaron por pasillos y estancias, acabando con algunos esqueletos, hasta que llegaron a una puerta, que daba a un pasillo. Allí, tras luchar contra un feroz rinoceronte-muerto-viviente, descubrieron una puerta secreta con un cofre muy protegido con trampas. San se jugó la vida valientemente para poder conseguir el tesoro: una flor.

Siguieron avanzando y llegaron a un patio, cruzado por encima por un puente. De frente, una gran puerta de castillo, y a la derecha unas escaleras que daban al puente. Lucharon allí contra más enemigos, dejando a Tenira casi sin poder mágico. Subieron las escaleras y vieron una pequeña caseta que quedaba a la altura de la enorme puerta. Allí dentro, muerto hacía mucho, había un enano con una armadura impoluta y unas grandes hachas. Se hacía de noche, así que decidieron aprovechar la última luz para asegurar la zona antes de descansar (si es que podían). Cruzaron el puente y acabaron con esqueletos. Una estancia enorme, llena de barriles de vino y unas escaleras que bajaban a un lugar desconocido les pareció un sitio como otro cualquiera para descansar.

San preparó la cena, como de costumbre y, después de cenar, se acostó. Tenira no tardó en seguirle, y Halaster se quedó haciendo la primera guardia. No habían pasado más de 40 minutos cuando escuchó pasos que avanzaban en la oscuridad, en su dirección.


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